Un día, mi hijo de 8 o 9 años llega muy circunspecto y me dice
-“Ma tengo algo que decirte”
-Dime hijo
-No, aquí no, porque es muy confidencial, nadie debe escucharnos.
Empecé a preocuparme y para darle la importancia que mi hijo necesitaba entré a la habitación y cerré la puerta con llave.
-No, vamos al baño
Para entonces, mi cabeza daba vueltas tratando de imaginarme lo que me iba a decir. Lo único que se me ocurría era que se trataba de algo relacionado con una mala conducta, que lo habían suspendido de clases o aún más, la imaginación llegó hasta que se trataba de algo relacionado con el sexo. ¿Pero qué podría ser a los 9 años que fuera tan confidencial?
Cuando ya estábamos tras dos puertas cerradas con llave, se me quedó mirando, sus ojitos llenos de lágrimas y yo a punto de que me diera un infarto por la incertidumbre.
-Dime hijo, tenme confianza, nada puede ser tan grave que no podamos solucionar.
El pequeño se retorcía, le sudaban las manitas y no podía hablar. Por fin se animó a decirme:
-¿No existe Santa Claus, verdad?
Soy enemiga de las mentiras y de los engaños, pero esa ilusión del Santa Claus hace felices a los niños.
¡Hagamos algo!
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